Ahora vamos a narrar una costumbre que no es exclusivamente abipona, ya que todos nuestros pueblos originarios eran longevos y no aceptaban como muerte natural otra cosa que no fuera la muerte centenaria.
Cuando alguien moría por homicidio: accidente, violencia, enfermedad, las personas vinculadas al individuo muerto por lazos de sangre o amistad se veían obligados a cambiar sus nombres por otros. Las ancianas sacerdotisas eran las encargadas de cambiar los antiguos nombres por otros nuevos, que ellas imaginaban. Los hombres acatan y los nuevos nombres se divulgaban con rapidez llegando a los grupos más distantes de este pueblo, y se grababan en el cerebro de cada uno con tanta firmeza que los nombres conocidos de un largo uso eran enseguida proscritos, sin que falle la lengua ni la memoria.
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